miércoles, 25 de mayo de 2011

La revolución es un sueño eterno

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por Andrés Rivera











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La Revolución es un sueño eterno
de Andrés Rivera
 










   ¿Sabían los jacobinos de la Primera Junta en esa remota, casi improbable fría y lluviosa mañana de mayo
de 1810, qué vientos corrían por el planeta? Hasta donde eran jacobinos, hasta donde alcanzaba su lectura de la historia, hasta donde se decían que la historia no era una pesadilla de la que deseaban evadirse, sabían que la Santa Alianza levantaba, en Europa, los estandartes del retorno al viejo orden, y que Napoleón, el representante más sagaz de la burguesía francesa ­a quien el bueno de Hegel llamó el alma del mundo­ cumplía, con prolijidad y genio, la tarea de enterrar los ecos del desmoronamiento de la Bastilla, de Valmy, y del sueño igualitario de los sansculottes.
    Y, sin embargo, pocos como fueron, tal vez desesperados, en una tierra de vacas, contrabandistas y evasores de impuestos, ausente la base social que los respaldase, confiaron al futuro su venganza y su reivindicación.
    Escribieron sus proclamas en La Gazeta de Buenos Aires; trazaron, en la penumbra de la clandestinidad, un plan de operaciones que Maquiavelo hubiese aprobado; colgaron de un poste a Martin de Alzaga y fusilaron a Santiago de Liniers, dos de las cabezas más prestigiosas de la contrarrevolución; fundaron regimientos; liberaron esclavos, pardos y morenos, y con ellos conocieron la derrota en Huaqui, Vilcapugio, Ayohuma, y triunfaron, sobre los ejércitos monárquicos, en Tucumán y Salta, en Florida y Chiquitas y Chacabuco. Y, llegado el momento, no rehusaron ser implacables. Eso se les reprochó a los revolucionarios de mayo: que fueran implacables. Nicolás Rodríguez Peña, que habló por los que no tenian fortuna ni vacas ni tierras, supo responder a los hipócritas, a los saciados y conversos. "Castelli ­dijo­ no era feroz ni cruel. Obraba así porque así estábamos comprometidos a obrar todos. Cualquier otro, debiéndole a la patria lo que nos habíamos comprometido a darle, habría obrado como él. Lo habíamos jurado todos y hombres de nuestro temple no podían echarse atrás. Repróchennos ustedes que no han pasado por las mismas necesidades ni han tenido que obrar en el mismo terreno. ¡Que fuimos crueles...! ¡Vaya con el cargo!; mientras tanto, ahí tienen ustedes una patria que no está ya en compromiso de serlo. ¿Hubo otros medios? Así será; nosotros no lo vimos ni creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos . "
    Hubo otra voz que juzgó a los que no renegaron del esplendor fugaz y salvaje de la Revolución. El brigadier Juan Manuel de Rosas, que no militó en los ejércitos de la independencia, exaltó, no sin melancolía, los apacibles días que precedieron al 25 de Mayo de 1810.
   ¿A qué se alude, entonces, cuando se nombra esa fecha? ¿A una celebración escolar, rutinaria y aburrida? Sí. ¿A calles y monumentos que nivelan, en los altares erigidos por los apologistas de la unidad nacional, a enemigos profundos, irreconciliables? Sí. ¿A un país poseído por los Anchorena, los Pereyra, los Leloir y otros caballeros de quienes el señor Domingo Faustino Sarmiento, un entusiasta paranoico del progreso a la norteamericana, abominó en un instante de lucidez? Sí. Pero también a la utopía, y a los que todavía no desisten de ella.

nota aparecida en Página/3, revista aniversario de Página/12, junio de 1990. © Página SRL.

1 comentario:

  1. Creo que es uno de los mejores libros de Andrés Rivera... Tengo muchos puntos encontrados con él pero este libro es "impecable". Es para destacarlo.

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