sábado, 5 de febrero de 2011

Vida, pasión y muerte en la obra de Horacio Quiroga

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        Las cosas del leer (III)  
          


"Yo sostuve la necesidad en el arte de volver a la vida cada vez que transitoriamente aquel pierde su concepto; toda vez que sobre la finísima urdimbre de la emoción se han edificado aplastantes teorías. Traté finalmente de probar que así como la vida no es un juego cuando se tiene conciencia de ella, tampoco lo es la expresión artística...". ( Horacio Quiroga, "Ante el tribunal")




               También Gohete había dicho "gris es toda teoría y verde el árbol de oro de la vida", y no son pocos los escritores que desde entonces han sostenido parecidos conceptos, con mayor o menor acierto en la concreción literaria de los mismos, con más o menos fidelidad a una concepción y a una práctica de vida que podría deducirse de ellos. Pero acaso sea Quiroga uno de los autores en quien más nítidamente se percibe un desfasaje entre una consecuencia creativa que lo llevó a asumir, casi obsesivamente, la simbiosis vida-trabajo-paisaje-imágen, plasmada en sus mejores cuentos, y una característica de vida poco coherente, donde resulta difícil distinguir a veces la distancia que media entre sus excentricidades y diletancias _comunes, por otra parte, a más de un escritor de su època_, y algunas pautas de conducta lindantes con lo patológico. Sin embargo, pocas veces una obra reflejó tan dramáticamente las vivencias y circunstancias de su autor. Esta contradicción habrá de manifestarse en el plano conceptual y formal a lo largo de toda su labor, y en el plano personal, a lo largo de toda su vida.
              Cronológicamente, la obra de Quiroga muestra tres períodos: el primero, "que comprende sus inicios literarios, su aprendizaje del Modernismo, sus estridencias decadentistas" (Rodríguez Monegal, Objetividad de Horacio Quiroga), que culminará aproximadamente hacia 1905, y a travéz del cual se irá despojando _aunque nunca totalmente_ del primer deslumbramiento con Lugones y de las primeras influencias, mucho más marcadas, de Poe y Maupassant; a esta etapa corresponden trabajos menores _algunos realmente deficientes_ como "El crimen del otro", "Rea Silva", "Cuento sin razón pero cansado", y otros que, si bien escritos con posterioridad, poséen la misma factoría, tal el caso de "La mancha hiptálmica", "El síncope blanco", "El almohadon de plumas" y muchos más. Un segundo período en el que, a partir de lo que llamamos "la asimilación del paisaje", cierra un ciclo, y siguiendo una línea ascendente, alcanza los mejores logros de su vasta producción (Quiroga escribió más de setenta cuentos); y por último, un tercer período donde, curiosamente, reincidirá en las limitaciones de su primera etapa, de lo cual es ejemplo el novelón "Pasado amor" (1929) _otra mala novela, "Historia de un amor turbio" data de 1908_, y algunos cuentos del libro "El más allá" (1931). Precisamente, la mayoría de sus biógrafos y críticos (cabe señalar entre los más destacados, a Brignole y Delgado, Pedro Orgambide, Noé Jitrik, y, sobre todo, el uruguayo Rodríguez Monegal), coinciden en señalar la imposibilidad de acceder a una real valoración de la narrativa de Quiroga, si no se prescinde de la consideración de títulos como los mencionados.
               En sus picos más altos, convivirán en su mundo literario elementos realistas y sociales _insuficientes, y aún distorsionadamente visualizados, pero nunca soslayados__, con la actividad "práctica" que conformará los aspectos más relevantes de su obra (que Jitrik define como "de experiencia y riesgo", tal el título de su valiosa biografía); elementos fantásticos _o mejor, "extra-reales"_ con otros que se podrían caracterizar como de "realismo mágico". Pero siempre, en sus mejores cuentos, estará presente la marca que habrá de dejarle la asimilación del paisaje, proyectando su mundo literario sobre tres ejes fundamentales: la experiencia vital, la instrumentación del trabajo, y el sentido de la muerte.


   Descubrimiento del paisaje

             "Despues de traspasar el Guayra, y por un trecho de diez leguas, el río Paraná es inaccesible a la navegación. Constituye allí, entre altísimas barrancas negras, un canal de 200 metros y de profundidad insondable... Llovía desde la noche anterior. La alta selva goteaba sin tregua sobre los helechos tibios y lucientes, y una espesa y caliente bruma envolvía el paisaje fantástico...". ("El salvaje")
            
         
              Quiroga viaja por primera vez a San Ignacio en 1903, acompañando a Lugones en una expedición a las ruinas jesuíticas; a partir de allí, el paisaje lo atrapará, cerrando una etapa y empujándolo, años más tarde, a una experiencia trascendental para su vida y su obra. La selva misionera será el escenario duro y cruel en que se moverán sus personajes _hombres o animales_, ya en la lucha por la supervivencia o en el trabajo brutal, ya en la soledad, el destierro o la muerte. La naturaleza no dominada, hostil, impondrá a sus personajes, como un fatalismo, su destino. Libros como "El salvaje" (1920), "Anaconda" (1921), "El desierto" (1924), y aún los hermosos "Cuentos de la selva" para niños (1918), mostrarán una imágen de la naturaleza muy diferente a la visión bucólica de Lugone, o la coloridamente colonial de Kipling. La selva americana irrumpirá en la literatura, con toda su crueldad y su miseria, con toda su belleza, su misterio, su lujuria, en dos obras fundamentales: "La vorágine", de José Eustasio Rivera, "el poeta de la selva", y la narrativa de Horacio Quiroga.

            La instrumentación del trabajo

           La actividad "práctica", la función de escribir que deviene en acción, tuvo claros exponentes contemporáneos en escritores como Hemingway, Malraux, Exupery y otros. Si bien con distintos matices, más o menos lúcidos, el escritor como "hombre de acción", que tratará de aprehender, a partir de su experiencia "física", vital _ desde su inserción en el campo social o histórico, hasta hurgar en las profundidades del alma humana_, las complejidades de su época, configura un fenómeno no desdeñable para el estudio de una sociología de la literatura.
           En Quiroga, lo social_ hallaremos también en sus cuentos ciertos enfoques psicológicos de valor_ aparece teñido por una comprensión individualista y sentimental, casi fatalista, de la realidad que lo circunda, realidad que sólo su intuición y su sinceridad le ayudarían a reflejar, si bien parcialmente, en la miseria y aún en la abyección de sus personajes, compulsivamente aprisionados en esa vorágine de violencia significada en el paisaje_ la selva_ y en la explotación de los obrajes. "Prisioneros de la tierra" sería precisamente el título de la película que, basada en algunos de sus cuentos, realizaría Mario Soffici en 1938; más tarde el escritor Alfredo Varela daría una proyección más concisa al tema en su novela "El río oscuro" (1943), que inspiraría a su vez otro importante film nacional dirigido por Hugo del Carril, "Las aguas bajan turbias". Pero la actividad "práctica", el ejercicio de la acción, asumirá en Quiroga formas mucho más objetivas_ y también de mayor vuelo literario_, en la instrumentación del trabajo.
          Encarado como "hobby" o irónicamente en "Los destiladores de naranjas" o "Poléa loca"; como quehacer artesanal-comercial_ en empresas no por disparatadas menos impuestas por necesidades acuciantes_ en "Los fabricantes de carbón" o "El monte negro", el rol protagónico del trabajo será, de cualquier modo, una constante y una recreación autobiográfica de sus propias experiencias. Desde la construcción de su casa en San Ignacio, "nada más que con la ayuda de dos peones" ("El techo de incienso"), hasta la ímproba tarea de transformar en tierra fértil la inhóspita meseta en la que se había instalado, disputándole a la selva y su exhuberante vegetación la primacía; desde la construcción de la piragua con la que realizaría sus arriesgadas excursiones por el Paraná, hasta sus estrafalarios inventos, Quiroga encaró personalmente casi todas las tareas que aparecen en sus relatos: fabricación de dulce de maní y miel, y destilación de naranjas; la invención de un aparato para matar hormigas y la extracción de caucho; fabricar carbón y ladrillos, cazar y embalsamar desde tigres hasta víboras, y hasta hacer a remo los casi 120 kilómetros que separan San Ignacio de Posadas (el cuento "En la noche" narra parecida proeza). Moderno Robinsón americano, la actividad práctica referida al trabajo, en el contexto del paisaje, será significado y significante, vida y pasión en Horacio Quiroga.

            El sentido de la muerte

         "Reverberaba ahora adelante de ellos un pequeño páramo de greda que ni siquiera habían intentado                  arar. Allí, el cachorro vió de pronto a míster Jones que lo miraba fijamente, sentado sobre un tronco.
          _ !Es el patrón!_, exclamó el cachorro, sorprendido de la actitud de aquellos. _No, no es él_, replicó            Dick. Los cuatro perros estaban juntos gruñendo sordamente, sin apartar los ojos de míster Jones,  
          que continuaba inmóvil, mirándolos. El cachorro, incrédulo, fue a avanzar, pero Prince le mostró los
          dientes:_  No es él, es la Muerte. El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al grupo. Los otros, sin
           responderle, rompieron a ladrar con furia, siempre en actitud temerosa..." ("La insolación")


          El tema de la muerte estará presente, en forma determinante, en la mayor parte de la obra de Quiroga. Violenta, brutal (como la de Korner, el dueño del obraje, en "Una bofetada"; la del toro Berigüí en "El alambre de púas"; la de Cayetano Podeley en "Los mensú"; la de la criatura mordida por una víbora en "Los cazadores de ratas", o la del perro "Yaguaí"); morbosa desde lo fantástico ("La gallina degollada", "El almohadón de plumas", "El Yaciyateré"); patéticamente trágica en la soledad y el fatalismo del paisaje (como el peregrinaje a través de la selva de la pareja de "Los inmigrantes", la del hachero de "A la deriva" o "El hombre muerto", la del padre dejando a sus pequeños hijos solos, irremisiblemente perdidos, en "El desierto"); metafísica (la visión de la muerte de míster Jones en "La insolación"); la nostálgica y casi poética muerte de "Anaconda"; el hondo realismo, la tremenda síntesis de la muerte de los mensú brasileños mientra tratan de regresar a su tierra en "Los desterrados"... Muertes figuradas, que, acaso, simbolizan una forma de huir del temor a la propia muerte.
           Porque las muertes reales también estuvieron presentes, como un fatalismo constante, en la vida de Quiroga, y quizás, de manera directa o indirecta, su responsabilidad no fue ajena a algunas de esas circunstancias. En 1878 nuere Prudencio Quiroga, su padre, al enganchársele la escopeta cuando descendía de una lancha (encontraremos reflejado el tema en "El hombre muerto"). En 1909, en casa de su amigo Federico Ferrando, mientras Quiroga revisaba una escopeta Lafouchex de dos caños, el arma se dispara accidentalmente y muere el hermano de Ferrando (Quiroga es detenido, y conseguirá su libertad  el doctor Herrera y Reissig, hermano del poeta, que asume su defensa). En 1915, Ana María Cirés, su primera esposa, se quita la vida. Años después de la muerte de Quiroga, también dos de sus hijos habrán de suicidarse.
           En 1937, deteriorada su salud por el agravamiento de una úlcera de larga data, es internado en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires; los médicos diagnostican cáncer gástrico. Quiroga ingiere una dosis de cianuro. En el cuento "Los desterrados", narraba la muerte de Joao Pedro y de Tirafogo:
           "_ !Seu Joao!_, murmuró, sosteniéndose apenas sobre los puños.
            _ !E a terra o que vocé pode ver lá! !Temos chegado, sou Joao Pedro!
            Al oir esto, Joao Pedro abrió los ojos, fijándolos inmóviles en el vacío, por un largo rato.
            _ Eu cheguei ya, meu compatricio..._, dijo.
             Tirafogo no apartaba la vista del rosado.
            _ Eu ví terra... E lá..._ murmuraba.
            _Eu cheguei_, respondió todavía el moribundo. _ Vocé viu a terra...
            _O que é... seu Joao Pedro_, dijo Tirafogo_ o que é, é que vocé está de morrer... Vocé nao
               chegou..!
              Joao Pedro no respondió esta vez. Ya había llegado.
              Durante largo tiempo, Tirafogo quedó tendido de cara contra el suelo mojado, removiendo de tarde
              en tarde los labios. Al fin abrió los ojos, y sus facciones se grandaron de pronto en una expresión de infantil alborozo:         
            _ !Ya cheguei, mamae..! Joao Pedro tinha razón... !Vou con ele..!"

          En la madrugada del 19 de febrero, Horacio Quiroga, uno de los mayores cuentistas latinoamericanos, también llegaba.                                    


       
                                                                                   Héctor Solasso                  

1 comentario:

  1. Me gusta recordar los días de nacimiento y no los de las muertes.
    Hacía mucho que no leía nada sobre Quiroga. Allá lejos, era uno de mis preferidos cuando deseaba que la melancolía me invadiera. ¿Deseaba? Me internaba en sus paisajes, lloré con las plumas de su almohadón... Con las tragedias de su vida siempre me angustié.
    Con respecto a su decisión final cambié de opinión según las épocas. La vi indigna, con mis pocos años. Ahora creo que la entendería ¿La entendería?
    Fue cobarde, ¿es valiente? No me atrevo a dar respuesta, no tengo buena relación con esa “dama indigna”.
    Muy bueno el post

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