viernes, 29 de abril de 2011
Hobsbawm vuelve a Marx
por Diego Hurtado (La Nación)
"Brevemente, si un pensador dejó una profunda marca indeleble en el siglo XX, ése fue él." Entre los argumentos esgrimidos, Hobsbawm recuerda que, a setenta años de la muerte de Marx, "un tercio de la humanidad vivía bajo regímenes en manos de partidos comunistas, los cuales sostenían que representaban sus ideas y realizaban sus aspiraciones". Hoy la cifra es todavía de un 20%, "si bien los partidos gobernantes, con excepciones menores, han cambiado dramáticamente sus políticas".
Este descenso no debe engañarnos: "Si buscamos su nombre en Google, resulta que permanece como la mayor de las grandes presencias intelectuales, superado sólo por Darwin y Einstein, pero bien por delante de Adam Smith y Freud". Una razón puede ser que "el fin del marxismo oficial de la URSS liberó a Marx de su identificación pública con el leninismo en teoría y con el régimen leninista en la práctica". La segunda razón, de raíces más hondas, es que "el mundo capitalista globalizado que emergió en los años noventa era increíblemente semejante al mundo anticipado por Marx en el Manifiesto comunista ".
Cuando en octubre de 2008, cuenta Hobsbawm, el londinense Financial Times publicó el artículo "Capitalismo en convulsión", "no podía haber más dudas de que [Marx] estaba de vuelta en la escena pública". Incluso, mientras el capitalismo global "continúe padeciendo su mayor disrupción y crisis desde comienzos de los años treinta, es improbable que haga su salida de ella". Ahora bien, como los numerosos Darwin vigentes en la historia del evolucionismo, o los múltiples Einstein que pueblan la literatura científica, Hobsbawm advierte que "el Marx del siglo XXI será casi con seguridad muy diferente del Marx del siglo XX".
La fuerza de la historia (o mejor, de la Historia) está en su capacidad de traspasar el sonido y la furia del presente e indagar la masa oceánica del pasado, en sus desplazamientos y cambios de fisonomía. La eficacia del historiador se juega en la capacidad de forjar una caja de herramientas propias: una forma de razonar, un equilibrio entre la voracidad empírica y el criterio de recorte, un temperamento expresivo. El objetivo es inventar o descubrir las líneas maestras que permiten interpretaciones verosímiles del pasado que, a su vez, iluminan y enriquecen el presente. Artesano virtuoso en esta profesión, a sus 94 años, Eric Hobsbawm demuestra en su decimosexto libro, recién aparecido en inglés (la versión en español llegará a la Argentina en junio), que las sentencias apodícticas sobre el destino del marxismo luego de la caída del Muro de Berlín son tan volátiles como lo fueron los vaticinios (hoy absurdos) sobre el fin de la historia. How to Change the World. Tales of Marx and Marxism ( Cómo cambiar el mundo. Historias sobre Marx y el marxismo ) es una colección de ensayos escritos entre 1956 y 2009. Hobsbawm los propone como una indagación sobre "el desarrollo y el impacto póstumo del pensamiento de Karl Marx (y el inseparable Friedrich Engels)". Esta sobria caracterización no debe confundir a los lectores. Al leer este libro, como sostiene Terry Eagleton, "es fácil fantasear que es la historia misma quien habla aquí, a través de esta sabiduría sardónica, omnividente y desapasionada".
El libro está ordenado en dos secciones. La primera, por momentos ardua, enfoca diferentes caras del complejo poliedro que componen los trabajos de Marx y Engels, que van desde los vínculos de ambos con el socialismo premarxista o una puesta en contexto de La situación de la clase obrera en Inglaterra de Engels hasta la obra inconclusa de Marx conocida como Grundrisse. En este último caso, Hobsbawm trabaja sobre el carácter fragmentario de los escritos políticos de Marx, analiza el sentido de términos como "dictadura del proletariado" y busca desplazar el lugar común que insiste en el quiebre de Marx con el socialismo utópico al poner el énfasis en su deuda con los pensadores de esta corriente.
Deslumbra la capacidad del historiador británico para abordar, por ejemplo, la cantidad de matices que se desprende de las traducciones de El capital y que llevaron a la distorsión de algunas ideas. Tal vez uno de los aportes más impactantes gira en torno al texto más leído: el Manifiesto comunista . Para Hobsbawm, la fuerza retórica del original alemán inaugura un nuevo género de declaraciones, en cuya genealogía futura deben incluirse, por ejemplo, el manifiesto futurista o el surrealista. También justifica por qué el Manifiesto , a pesar de la "fuerza casi bíblica" de su retórica, no sostiene una posición determinista.
La segunda parte, más atractiva por su vínculo con tensiones cruciales en las que se juegan lecturas divergentes del presente, se dedica a la trayectoria del marxismo luego de la muerte de Marx, en 1883. El marxismo es entendido como fuerza política que, si bien se diversificó en múltiples senderos -espacios nacionales, movimientos intelectuales, vaivenes políticos y económicos globales-, no perdió protagonismo por las modulaciones del contexto.
En el ensayo "En la era del antifascismo, 1929-45", sostiene: "La radicalización de los intelectuales en los años treinta tuvo su raíz en una respuesta a la traumática crisis del capitalismo en los años tempranos de esta década". En este sentido, "la amenaza del fascismo fue mucho más que meramente política". Así como se proponía borrar a Marx, "lo haría igualmente con Voltaire o John Stuart Mill". La amenaza del irracionalismo asociada al fascismo, para Hobsbawm, hizo que este período fuera el único en que los científicos naturales, en número significativo, se sintieran atraídos por el carácter "iluminista" del marxismo. A partir del reclamo de razón, progreso y planificación social, científicos como Joseph Needham, J. B. S. Haldane o J. D. Bernal dedicaron parte importante de su tiempo a interpretar la ciencia y su historia en clave marxista.
Como contrapunto, en "La influencia del marxismo, 1945-83", Hobsbawm trabaja la siguiente aparición de esta corriente en la parte iluminada del escenario, en los años sesenta y setenta, al encarnar una versión del materialismo histórico dominada por la búsqueda de síntesis entre el marxismo (o algunas de sus ideas) y el estructuralismo, el psicoanálisis o el existencialismo. El culto del deseo y la espontaneidad no consideró aliados confiables a la ciencia, el progreso y la planificación. En la discusión acerca de la ruptura entre el Marx joven y el maduro, familiar en el concepto de "ruptura epistemológica" de Louis Althusser, Hobsbawm señala su raíz en "la reluctancia del marxismo soviético ortodoxo en reconocer los Frühschriften [escritos tempranos] como pertenecientes al corpus del marxismo". La empatía de Hobsbawm hacia este período es limitada. Esta explosión de la teoría marxista alberga probablemente la semilla de su propia destrucción.
Los ensayos dedicados a Gramsci y a la recepción de su pensamiento parten de la aceptación de que para Hobsbawm representa el pensador más original que produjo Occidente desde 1817. La caída del Muro de Berlín, el surgimiento de la economía neoliberal y el relativismo posmoderno son todos considerados en el ensayo "Marxismo en recesión, 1983-2000".
En la sección final, Hobsbawm arriesga un vaticinio. Si bien el marxismo fue desacreditado y desde 1980 los socialistas "fueron dejados sin su tradicional alternativa al capitalismo", no puede ignorarse que, luego de la última crisis, "los creyentes en la reductio ad absurdum de la sociedad de mercado asumida entre 1973 y 2008 fueron dejados también sin esperanzas". La ausencia de un sistema alternativo puede no esbozarse en el horizonte, "pero la posibilidad de una desintegración, incluso de un colapso, del sistema existente ya no puede ser descartado".
En el laberinto de intenciones, intereses, oportunismos y reacciones que el siglo XX fue construyendo alrededor de la difusión e interpretación cultural y política de la obra de Marx, el último libro de Hobsbawm aparece como un hilo de Ariadna capaz de llevarnos hasta la vitalidad contemporánea de esta obra. El historiador actúa como el hábil restaurador de una obra opacada por el polvo y la erosión de casi 130 años de batalla por la apropiación de su sentido. A la luz masiva de su voz, la obra de Marx no sólo recupera sus brillos, sus contornos, sino también sus relieves difíciles y perentorios.
EL MISMO, AUNQUE DIFERENTE
"Brevemente, si un pensador dejó una profunda marca indeleble en el siglo XX, ése fue él." Entre los argumentos esgrimidos, Hobsbawm recuerda que, a setenta años de la muerte de Marx, "un tercio de la humanidad vivía bajo regímenes en manos de partidos comunistas, los cuales sostenían que representaban sus ideas y realizaban sus aspiraciones". Hoy la cifra es todavía de un 20%, "si bien los partidos gobernantes, con excepciones menores, han cambiado dramáticamente sus políticas".
Este descenso no debe engañarnos: "Si buscamos su nombre en Google, resulta que permanece como la mayor de las grandes presencias intelectuales, superado sólo por Darwin y Einstein, pero bien por delante de Adam Smith y Freud". Una razón puede ser que "el fin del marxismo oficial de la URSS liberó a Marx de su identificación pública con el leninismo en teoría y con el régimen leninista en la práctica". La segunda razón, de raíces más hondas, es que "el mundo capitalista globalizado que emergió en los años noventa era increíblemente semejante al mundo anticipado por Marx en el Manifiesto comunista".
Cuando en octubre de 2008, cuenta Hobsbawm, el londinense Financial Times publicó el artículo "Capitalismo en convulsión", "no podía haber más dudas de que [Marx] estaba de vuelta en la escena pública". Incluso, mientras el capitalismo global "continúe padeciendo su mayor disrupción y crisis desde comienzos de los años treinta, es improbable que haga su salida de ella". Ahora bien, como los numerosos Darwin vigentes en la historia del evolucionismo, o los múltiples Einstein que pueblan la literatura científica, Hobsbawm advierte que "el Marx del siglo XXI será casi con seguridad muy diferente del Marx del siglo XX".
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