domingo, 24 de julio de 2011

Pier Paolo Passolini: "La revolución es tan solo un sentimiento..."

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[II]
Poesia in forma di rosa
Tutte le poesie . . El alba meridional . II
.
Vuelvo, encuentro de nuevo el fenómeno de la fuga
de capitales, el epifenómeno (ínfimo)
de la vanguardia. La brigada de delitos monetarios
(averiguación casí filosófica
en los expedientes de un poeta)
hurga en ese hecho privado que es el dinero
contaminado por la caridad, doliente
de inexplicables consunciones, y lleno
de sentido de culpa, como el cuerpo de jóvenes,
pero con alborozada ligereza porque aquí
no hay nada por averiguar sino mi propia ingenuidad.
Vuelvo, y me encuentro con millones de hombres afanados
tan sólo en vivir como bárbaros recién bajados
a una tierra feliz, ajenos
a ella y de ella dueños. De modo que en la vigilia
de la Prehistoria que a todo esto proporcionará sentido,
retomo en Roma mis costumbres
de bestia herida que, gozando de la muerte,
mira a los ojos a sus verdugos…
.
Vuelvo… y una noche el mundo se hace nuevo,
una noche en la que no pasa nada – corro
solo en el coche – y miro al fondo
del azul las casas del Prenestino-
las miro, no me fijo en ellas y, sin embargo,
esta imagen de casas populares
en el azul del anochecer va a quedar
en mí como una imagen del mundo
(¿en serio piden los hombres algo más que vivir?)
- aquí casas pequeñas, enmohecidas, con costras blancas,
allí altas, casi palacios, islas de color tierra,
flotando en el humo que las magnifica,
sobre vacíos de calles con baches, inacabadas
en el fango, escombros abandonados y restos
de huertos con sus setos – callando todo,
como nocturna paz en el día. Y los hombres
que a esta hora viven en el Prenestino
están, también ellos, ahogados en esas estrías
soñando con celeste y con luces de sueño
- como un crepúsculo que nunca
anocheciese - casi conscientes,
mientras esperan de un tranvía, en las ventanas,
de que la hora verdadera del hombre es la agonía -
y casi contentos de ello, con sus pequeños,
sus problemas, su tarde eterna -
ay, gracia existencial de los hombres,
vida que tiene lugar, como verdadera, sólo
en un paisaje donde cada cuerpo
no es más que una realidad lejana, un pobre inocente.
.
Vuelvo, y me encuentro, antes de una cita
en casa de Carlo o Carlone, en la de Nino en Via Rasella
o en la de Nino en Via Borgognona, en una zona
objeto de mis solitarias incursiones…
Dos o tres tranvías y millones de hermanos
(el bar brillando en el descampado
y el dolor de ser pobres apagado
en las consciencias italianas, el dolor de la vuelta
a casa por el barro, bajo cadenas nuevas deedificios)
que luchan, se golpean, se odian entre sí,
por alcanzar un escalón en el tranvía, en la oscuridad,
en la noche que les ignora, perdidos en un caos
que el mero hecho de pertenecer a un suburbio alejado
le desilusiona en su ser cosa real.
Reencuentro mi viejo corazón y pago
el correspondiente tributo, con lágrimas
tragadas, odiadas, y en la boca
las letra de la bandera roja,
las palabras que todo el mundo sabe y sabe hacer callar.
¡Nada ha cambiado! ¡Seguimos en los años Cincuenta!
¡Seguimos en los años Cuarenta! ¡A las armas!
Pero la noche es más fuerte que cualquier dolor.
Poco a poco los dos o tres tranvías vencen
a los miles de obreros, el descampado
es ese de las sobremesas, sobre el barro, sereno,
brilla el resplandor de una caseta de billares,
la escasa gente hace cola al viento
del anochecer, siroco del año mil, esperando
el tranvía que le devuelva a su oscura barriada.
La Revolución es tan sólo un sentimiento.